El Palacio de Montresor
(El Barril de Amontillado II)
En honor a Edgar Allan Poe.
(El Barril de Amontillado II)
En honor a Edgar Allan Poe.
28 de diciembre de 2.016
He podido explotar y no lo he hecho, lo mínimo que debe hacer es darme las gracias. Me refiero a Allan mi abogado y contable. Un insulso hombre que tan solo vale para fastidiar un magnífico día, por eso sigue soltero, bueno, por eso y porque solo tiene tiempo para el trabajo. Estamos comprobando las cuentas de la empresa cuando en un alarde de conocimientos contables me dice:
- ¿Te has gastado 5 millones de euros en un castillo?
- ¡Nooo! ¿Cómo me voy a gastar tal cantidad de dinero en un castillo?
- Entonces ¿Cómo explicas este pago?
- Muy fácil. Porque no es un castillo… es un palacio.
Tras ese comentario ha empezado a injuriar y despotricar como sólo un leguleyo sabe hacerlo. Entonces le he recordado de quién es el dinero, eso ha parecido calmarle algo los humos, junto al comentario de haberle recordado lo que le pago.
Hola queridos amigos, mi nombre es Edgar, tengo 38 años, estoy soltero, y me dedico a gestionar empresas, como lo oís. Tomo una empresa en ruina la pongo a generar beneficios y se la vendo a su propio dueño, sin riesgos. Eso, unido a la crisis que se ha generado ha propiciado que mis ingresos se vean multiplicados exponencialmente, el problema ya lo estáis viendo, tengo que contar con un grupo de abogados capitaneados por Allan.
Por eso paso largas temporadas fuera de su alcance. Hace unos meses estuve en Italia en una región que no conocía. En una de mis excursiones vi un castillo, que diría Allan. Era un palacio que se remontaba a principios del siglo XVIII según la agencia que me lo vendió. Hubo pertenecido durante muchas generaciones a una familia conocida como los Montresor, los descendientes decidieron venderlo porque ya no podían soportar económicamente el mantenimiento tan grande que necesitaba para conservarlo al mínimo uso requerido, lo justo para que estuviera “presentable”. Está junto a un río, tiene un sin fin de habitaciones y unas torres almenadas expuestas en las esquinas del edificio. En la majestuosa puerta de entrada sobre su ornamentado dintel un escudo de armas, un pie humano pisando una serpiente rampante y bajo él, un lema, en su traducción algo así como “Nadie me ofende impunemente". La verdad es que me impresionó tan de sobre manera que no pude resistirme a comprarlo, así tendría una residencia fija cuando fuera al país de la pizza. Ese ha sido el motivo de que mi picapleitos particular ponga el grito en el cielo.
Esta discusión ha sido lo que me ha motivado a tomar unas vacaciones y a estrenar el palacio. Me he encamino hacia Italia, decido ir en coche, conducir me relaja, además veré mundo y le podré quitar las telarañas al Lamborghini, pensándolo bien los productos italianos tienen algo que me atraen.
Quince horas de viaje, pero ha merecido la pena. He llegado al caer la tarde al palacio y podéis imaginar como se encuentra el campo en pleno julio. El río corre con una transparencia cristalina y el cantar de los pájaros le da al lugar una estampa idílica, solo me falta la chica, pero todo se andará. De lo primero que me percato es que necesito servicio, un mayordomo, un ama de llaves, un jardinero, o dos, o tres, porque los jardines están tan descuidados que más parecen una selva.
Llamo a la agencia para ver si se pueden ocupar de lo del servicio pero es tarde y no hay nadie. Mañana será. En el interior del palacio mis pasos son secundados por sus ecos respectivos. Aún no hay luz, cojo una antorcha de la pared, no creo que encienda, posiblemente lleve ahí cientos de años, le acerco el mechero y ante mi asombro prende a la primera. Subo las grandes escalinatas y me meto en la primera habitación que encuentro. La tarde va cayendo y la noche posa su negra sombra sobre la propiedad. El viaje ha sido largo y el cansancio me puede, me tumbo en la cama y me quedo dormido antes de poner la cabeza en la almohada.
Entorno a media noche unos ruidos me despiertan, es como si alguien estuviese brindando, está cantando entre tos y tos y un incesante tintineo de cascabeles cierra la improvisada orquesta. Parece venir de los bajos del palacio pero estoy tan cansado que no se si es un sueño o una fiesta en la casa, aunque tampoco voy a comprobarlo, me tumbo nuevamente y me quedo dormido.
Llega la mañana, llevo algún tiempo recorriendo toda el palacio, es tan grande que necesitaré varios días para verlo entero. Todo me ha resultado asombroso, grandes salones con sus chimeneas, pasillos kilométricos, estancias donde se podrían acoger regimientos enteros, lo que me ha extrañado ha sido que en el salón principal junto a la gran chimenea una puerta tapiada flanqueada por sendos hacheros con sus antorchas. ¿Qué se esconderá tras ese tabique?.
Dan las diez en el gran reloj del salón, que para mi sorpresa está funcionando y puesto en hora; decido llamar a la agencia. Me dicen que mandarán a la agente que me lo vendió, es quien mejor conoce la propiedad y la zona para buscar al personal a contratar.
Estoy de enhorabuena, la agente es una criatura encantadora, lástima que no esté en venta, pero intentaré conquistarla, vengo para bastantes días y tendré tiempo para todo. La agente se llama Luchresia y llega bastante pronto. Tras los saludos de cortesía empiezo comentándole que necesitaré personal de servicio, no hay problema, me tranquiliza lo dice con total seguridad, también necesitaré alguien que se encargue del enganche eléctrico, agua y demás servicios.
Coge su teléfono hace una llamada y me dice:
- Edgar, todo eso lo tiene ya arreglado, a lo largo del día tendrá luz y agua y lo del servicio entre mañana y pasado tendrá aquí al personal requerido.
- ¡Vaya! Cuanta eficacia.
- Se sorprendería. – me dice con una sonrisa angelical – si quiere le enseño el palacio a fondo.
- ¡Por supuesto!, aunque necesitaremos varios días.
Luchresia se echa a reír y se limita a lanzarme una mirada de complicidad. Vamos de estancia en estancia, cada una tiene su historia y así me las transmite. En un momento del recorrido me dice:
- Esta puerta lleva a las cuadras, ¿vamos a verlas?
- Me ha extrañado una cosa de la casa, es raro que una casa como esta no tenga sótano, una bodega o algo así.
- ¡Ya! Sabía que se daría cuenta, perdone que no le contara la historia completa del palacio pero temía que si se la contaba no lo hubiera comparado.
- ¿Tan extraña es esa historia?
- ¡Verá! Hace ya bastantes años, se dice, que en el sótano se oían voces, cánticos y brindis, sobre todo en épocas de carnavales.
- ¿Por qué en carnavales?
- Nadie lo sabe, pero era cuando se manifestaban con más fuerza, bajaban a ver y no veían nada ni a nadie, tan solo oscuridad y humedad, bueno y huesos y calaveras, lo de ahí abajo son unas catacumbas y al parecer bastante grandes.
- ¿Si te digo que yo anoche los oí? ¿Por dónde se entra?
- ¿Qué lo oyó? No puede ser… se está quedando conmigo, eso solo son leyendas, aunque es cierto que al parecer para evitar oír todo eso tapiaron el acceso a dicha estancia.
Mientras vamos hablando nos dirigimos a la entrada tapiada.
- Lo sabía, esto tenía que ser una puerta. Señorita búsqueme también unos albañiles, haremos obras en el palacio.
- ¿Pretende abrir las catacumbas?
- ¿Por qué no? Es mi casa, además usted misma lo ha dicho, son leyendas… ¿No?
- Si... claro. Muy bien ahora mismo se lo gestiono.
A lo largo de la mañana han ido llegando los distintos operarios, ya tenemos luz y agua corriente. Los albañiles llegarán por la tarde, a primera hora.
Estos llegan tras nosotros, hemos bajado al pueblo a comer algo y a por algunas provisiones. El primer trabajo que le encomiendo a los albañiles es derribar el tabique que nos separa de las catacumbas.
Estoy impaciente por ver esas estancias, uno de los obreros da un primer golpe certero con el pico y hace un gran agujero, tampoco se esmeraron mucho en hacer un gran tapiado. Por él sale el peor olor que os podáis imaginar, un hedor tan insoportable que hace que todos los presentes nos retiremos bastante del lugar. Abrimos algunas ventanas para intentar mitigar aquella fetidez enclaustrada cientos de años.
Poco a poco el olor va remitiendo. No les cuesta mucho practicar un orificio lo bastante grande como para que pueda entrar una persona. Tomo una de las antorchas que hay en uno de los lados de la puerta y decido bajar a escudriñar un par de siglos de oscuridad. Bajo por una escalera de caracol hasta una cavidad. El ambiente es tan húmedo que mis ropas se van empapando notoriamente.
Con la pobre luz que desprende la tea puedo ver que en efecto son unas catacumbas, hay restos de osamentas por doquier, allí donde llega la tenue luz del farol de leña hay huesos calaveras y telarañas. Aprecio que también hay unas estanterías, me acerco a ellas y descubro que están llenas de botellas de vino, Médoc, concretamente, denominado así por la región francesa de donde procedían. - ¿Se podrá beber o será un exquisito y añejo vinagre? - Me pregunto - la temperatura es la suya y la posición la ideal para conservar los caldos pero solo hay una forma de saberlo. Tomo una de las botellas que dormitan entre el polvo y rompiéndole el cuello me dispongo a beber. Inexplicablemente, la temperatura y la total oscuridad han mantenido los taninos en su punto para ser degustados, brindando por los allí yacientes echo un segundo trago y lo saboreo en toda su extensión, no soy un gran conocedor de vinos pero este me gusta. Sigo hacia delante, la estancia en la que me encuentro es enorme y hay montones de huesos por donde mire, al parecer era una familia muy extensa la de los Montresor, también cuenta la estancia con un gran número de toneles, llenos de vino supongo. Llego a un punto donde parece oírse el torrente continuo de un río, debo estar bajo él, las paredes rezuman agua en gotas generosas. Llego a un lugar donde convergen distintos tipos de arcos en el techo, algo más bajo que el resto y junto a uno de ellos otra escalera, llevo algún tiempo oyendo como unos lejanos cascabeles, como los que la noche anterior había creído soñar, aunque puede ser el ruido del exterior que tímidamente se pierde por los oscuros rincones del sótano.
Llegado a ese punto tengo que saber donde termina este paseo por los entresijos del mismo infierno, que no andaré muy lejos de él pues llego a otra sala y otra escalera se presenta frente a mí invitándome a bajar nuevamente. A estas alturas del recorrido estoy decidido a llegar hasta el final por eso inicio el descenso en el que al final encuentro otra estancia a modo de cripta. Mientras, creo seguir oyendo los cascabeles, ahora, con más intensidad, como más cercanos, bato la antorcha de un lado hacia otro y no viendo más escaleras ni estancias anejas decido subir, el aire está viciado, el oxigeno escasea y temo que se me apague la antorcha.
Arriba me están esperando impacientes, llevo bastante tiempo abajo y están preocupados, especialmente Luchresia.
- ¿Qué ha encontrado?
- Lo que ya sabíamos los restos de varias generaciones de una gran familia y… alguna sorpresa en forma de bebida. Que unos operarios saquen todos los huesos del interior y se les dé cristiana sepultura, espero aprovechar el interior como bodega.
Pasan varios días y están sacando los últimos restos que quedan en las catacumbas. Otros operarios están dotando todo el recorrido de iluminación eléctrica suficiente como para poder discurrir por ese ensortijado laberinto con tranquilidad. Al intentar colocar un foco en una de las paredes de la cripta uno de los trabajadores parece que ha encontrado algo, una voz del operario nos alerta.
Bajo veloz por el posible hallazgo. ¿Qué otra sorpresa me deparará aquella estancia? El operario me señala un gran agujero en la pared, el taladro se le ha ido hasta el fondo al intentar perforar para poner una sujeción. Me asomo, pero desde fuera no se ve nada, llamo a los albañiles, que tardan pocos minutos en derribar la pared que, para sorpresa de todos los presentes, deja al descubierto otro esqueleto, junto a él, en el suelo, una antorcha, pero en esta ocasión no se trata de los restos de un familiar fallecido, parece un emparedamiento, estos restos se encuentran vestidos y sujetos por la cintura con una cadena sujeta a unos anillos de hierro anclados en la pared, vestimenta típica de un disfraz de carnaval, un traje de payaso a rayas y en la cabeza un gorro de arlequín con lo que queda de unos vistosos colores y adornado con unos cascabeles. Al parecer no murió enseguida, pues en el suelo, arañado con sus propias uñas hay escrito algo, acerco una luz portátil y leo:
“Qui giace Fortunato, vittima di un amontillado”
“Aquí yace Fortunato victima de un amontillado”
FIN
En honor al gran maestro de los cuentos de terror:
D. Edgar Allan Poe
- ¿Te has gastado 5 millones de euros en un castillo?
- ¡Nooo! ¿Cómo me voy a gastar tal cantidad de dinero en un castillo?
- Entonces ¿Cómo explicas este pago?
- Muy fácil. Porque no es un castillo… es un palacio.
Tras ese comentario ha empezado a injuriar y despotricar como sólo un leguleyo sabe hacerlo. Entonces le he recordado de quién es el dinero, eso ha parecido calmarle algo los humos, junto al comentario de haberle recordado lo que le pago.
Hola queridos amigos, mi nombre es Edgar, tengo 38 años, estoy soltero, y me dedico a gestionar empresas, como lo oís. Tomo una empresa en ruina la pongo a generar beneficios y se la vendo a su propio dueño, sin riesgos. Eso, unido a la crisis que se ha generado ha propiciado que mis ingresos se vean multiplicados exponencialmente, el problema ya lo estáis viendo, tengo que contar con un grupo de abogados capitaneados por Allan.
Por eso paso largas temporadas fuera de su alcance. Hace unos meses estuve en Italia en una región que no conocía. En una de mis excursiones vi un castillo, que diría Allan. Era un palacio que se remontaba a principios del siglo XVIII según la agencia que me lo vendió. Hubo pertenecido durante muchas generaciones a una familia conocida como los Montresor, los descendientes decidieron venderlo porque ya no podían soportar económicamente el mantenimiento tan grande que necesitaba para conservarlo al mínimo uso requerido, lo justo para que estuviera “presentable”. Está junto a un río, tiene un sin fin de habitaciones y unas torres almenadas expuestas en las esquinas del edificio. En la majestuosa puerta de entrada sobre su ornamentado dintel un escudo de armas, un pie humano pisando una serpiente rampante y bajo él, un lema, en su traducción algo así como “Nadie me ofende impunemente". La verdad es que me impresionó tan de sobre manera que no pude resistirme a comprarlo, así tendría una residencia fija cuando fuera al país de la pizza. Ese ha sido el motivo de que mi picapleitos particular ponga el grito en el cielo.
Esta discusión ha sido lo que me ha motivado a tomar unas vacaciones y a estrenar el palacio. Me he encamino hacia Italia, decido ir en coche, conducir me relaja, además veré mundo y le podré quitar las telarañas al Lamborghini, pensándolo bien los productos italianos tienen algo que me atraen.
Quince horas de viaje, pero ha merecido la pena. He llegado al caer la tarde al palacio y podéis imaginar como se encuentra el campo en pleno julio. El río corre con una transparencia cristalina y el cantar de los pájaros le da al lugar una estampa idílica, solo me falta la chica, pero todo se andará. De lo primero que me percato es que necesito servicio, un mayordomo, un ama de llaves, un jardinero, o dos, o tres, porque los jardines están tan descuidados que más parecen una selva.
Llamo a la agencia para ver si se pueden ocupar de lo del servicio pero es tarde y no hay nadie. Mañana será. En el interior del palacio mis pasos son secundados por sus ecos respectivos. Aún no hay luz, cojo una antorcha de la pared, no creo que encienda, posiblemente lleve ahí cientos de años, le acerco el mechero y ante mi asombro prende a la primera. Subo las grandes escalinatas y me meto en la primera habitación que encuentro. La tarde va cayendo y la noche posa su negra sombra sobre la propiedad. El viaje ha sido largo y el cansancio me puede, me tumbo en la cama y me quedo dormido antes de poner la cabeza en la almohada.
Entorno a media noche unos ruidos me despiertan, es como si alguien estuviese brindando, está cantando entre tos y tos y un incesante tintineo de cascabeles cierra la improvisada orquesta. Parece venir de los bajos del palacio pero estoy tan cansado que no se si es un sueño o una fiesta en la casa, aunque tampoco voy a comprobarlo, me tumbo nuevamente y me quedo dormido.
Llega la mañana, llevo algún tiempo recorriendo toda el palacio, es tan grande que necesitaré varios días para verlo entero. Todo me ha resultado asombroso, grandes salones con sus chimeneas, pasillos kilométricos, estancias donde se podrían acoger regimientos enteros, lo que me ha extrañado ha sido que en el salón principal junto a la gran chimenea una puerta tapiada flanqueada por sendos hacheros con sus antorchas. ¿Qué se esconderá tras ese tabique?.
Dan las diez en el gran reloj del salón, que para mi sorpresa está funcionando y puesto en hora; decido llamar a la agencia. Me dicen que mandarán a la agente que me lo vendió, es quien mejor conoce la propiedad y la zona para buscar al personal a contratar.
Estoy de enhorabuena, la agente es una criatura encantadora, lástima que no esté en venta, pero intentaré conquistarla, vengo para bastantes días y tendré tiempo para todo. La agente se llama Luchresia y llega bastante pronto. Tras los saludos de cortesía empiezo comentándole que necesitaré personal de servicio, no hay problema, me tranquiliza lo dice con total seguridad, también necesitaré alguien que se encargue del enganche eléctrico, agua y demás servicios.
Coge su teléfono hace una llamada y me dice:
- Edgar, todo eso lo tiene ya arreglado, a lo largo del día tendrá luz y agua y lo del servicio entre mañana y pasado tendrá aquí al personal requerido.
- ¡Vaya! Cuanta eficacia.
- Se sorprendería. – me dice con una sonrisa angelical – si quiere le enseño el palacio a fondo.
- ¡Por supuesto!, aunque necesitaremos varios días.
Luchresia se echa a reír y se limita a lanzarme una mirada de complicidad. Vamos de estancia en estancia, cada una tiene su historia y así me las transmite. En un momento del recorrido me dice:
- Esta puerta lleva a las cuadras, ¿vamos a verlas?
- Me ha extrañado una cosa de la casa, es raro que una casa como esta no tenga sótano, una bodega o algo así.
- ¡Ya! Sabía que se daría cuenta, perdone que no le contara la historia completa del palacio pero temía que si se la contaba no lo hubiera comparado.
- ¿Tan extraña es esa historia?
- ¡Verá! Hace ya bastantes años, se dice, que en el sótano se oían voces, cánticos y brindis, sobre todo en épocas de carnavales.
- ¿Por qué en carnavales?
- Nadie lo sabe, pero era cuando se manifestaban con más fuerza, bajaban a ver y no veían nada ni a nadie, tan solo oscuridad y humedad, bueno y huesos y calaveras, lo de ahí abajo son unas catacumbas y al parecer bastante grandes.
- ¿Si te digo que yo anoche los oí? ¿Por dónde se entra?
- ¿Qué lo oyó? No puede ser… se está quedando conmigo, eso solo son leyendas, aunque es cierto que al parecer para evitar oír todo eso tapiaron el acceso a dicha estancia.
Mientras vamos hablando nos dirigimos a la entrada tapiada.
- Lo sabía, esto tenía que ser una puerta. Señorita búsqueme también unos albañiles, haremos obras en el palacio.
- ¿Pretende abrir las catacumbas?
- ¿Por qué no? Es mi casa, además usted misma lo ha dicho, son leyendas… ¿No?
- Si... claro. Muy bien ahora mismo se lo gestiono.
A lo largo de la mañana han ido llegando los distintos operarios, ya tenemos luz y agua corriente. Los albañiles llegarán por la tarde, a primera hora.
Estos llegan tras nosotros, hemos bajado al pueblo a comer algo y a por algunas provisiones. El primer trabajo que le encomiendo a los albañiles es derribar el tabique que nos separa de las catacumbas.
Estoy impaciente por ver esas estancias, uno de los obreros da un primer golpe certero con el pico y hace un gran agujero, tampoco se esmeraron mucho en hacer un gran tapiado. Por él sale el peor olor que os podáis imaginar, un hedor tan insoportable que hace que todos los presentes nos retiremos bastante del lugar. Abrimos algunas ventanas para intentar mitigar aquella fetidez enclaustrada cientos de años.
Poco a poco el olor va remitiendo. No les cuesta mucho practicar un orificio lo bastante grande como para que pueda entrar una persona. Tomo una de las antorchas que hay en uno de los lados de la puerta y decido bajar a escudriñar un par de siglos de oscuridad. Bajo por una escalera de caracol hasta una cavidad. El ambiente es tan húmedo que mis ropas se van empapando notoriamente.
Con la pobre luz que desprende la tea puedo ver que en efecto son unas catacumbas, hay restos de osamentas por doquier, allí donde llega la tenue luz del farol de leña hay huesos calaveras y telarañas. Aprecio que también hay unas estanterías, me acerco a ellas y descubro que están llenas de botellas de vino, Médoc, concretamente, denominado así por la región francesa de donde procedían. - ¿Se podrá beber o será un exquisito y añejo vinagre? - Me pregunto - la temperatura es la suya y la posición la ideal para conservar los caldos pero solo hay una forma de saberlo. Tomo una de las botellas que dormitan entre el polvo y rompiéndole el cuello me dispongo a beber. Inexplicablemente, la temperatura y la total oscuridad han mantenido los taninos en su punto para ser degustados, brindando por los allí yacientes echo un segundo trago y lo saboreo en toda su extensión, no soy un gran conocedor de vinos pero este me gusta. Sigo hacia delante, la estancia en la que me encuentro es enorme y hay montones de huesos por donde mire, al parecer era una familia muy extensa la de los Montresor, también cuenta la estancia con un gran número de toneles, llenos de vino supongo. Llego a un punto donde parece oírse el torrente continuo de un río, debo estar bajo él, las paredes rezuman agua en gotas generosas. Llego a un lugar donde convergen distintos tipos de arcos en el techo, algo más bajo que el resto y junto a uno de ellos otra escalera, llevo algún tiempo oyendo como unos lejanos cascabeles, como los que la noche anterior había creído soñar, aunque puede ser el ruido del exterior que tímidamente se pierde por los oscuros rincones del sótano.
Llegado a ese punto tengo que saber donde termina este paseo por los entresijos del mismo infierno, que no andaré muy lejos de él pues llego a otra sala y otra escalera se presenta frente a mí invitándome a bajar nuevamente. A estas alturas del recorrido estoy decidido a llegar hasta el final por eso inicio el descenso en el que al final encuentro otra estancia a modo de cripta. Mientras, creo seguir oyendo los cascabeles, ahora, con más intensidad, como más cercanos, bato la antorcha de un lado hacia otro y no viendo más escaleras ni estancias anejas decido subir, el aire está viciado, el oxigeno escasea y temo que se me apague la antorcha.
Arriba me están esperando impacientes, llevo bastante tiempo abajo y están preocupados, especialmente Luchresia.
- ¿Qué ha encontrado?
- Lo que ya sabíamos los restos de varias generaciones de una gran familia y… alguna sorpresa en forma de bebida. Que unos operarios saquen todos los huesos del interior y se les dé cristiana sepultura, espero aprovechar el interior como bodega.
Pasan varios días y están sacando los últimos restos que quedan en las catacumbas. Otros operarios están dotando todo el recorrido de iluminación eléctrica suficiente como para poder discurrir por ese ensortijado laberinto con tranquilidad. Al intentar colocar un foco en una de las paredes de la cripta uno de los trabajadores parece que ha encontrado algo, una voz del operario nos alerta.
Bajo veloz por el posible hallazgo. ¿Qué otra sorpresa me deparará aquella estancia? El operario me señala un gran agujero en la pared, el taladro se le ha ido hasta el fondo al intentar perforar para poner una sujeción. Me asomo, pero desde fuera no se ve nada, llamo a los albañiles, que tardan pocos minutos en derribar la pared que, para sorpresa de todos los presentes, deja al descubierto otro esqueleto, junto a él, en el suelo, una antorcha, pero en esta ocasión no se trata de los restos de un familiar fallecido, parece un emparedamiento, estos restos se encuentran vestidos y sujetos por la cintura con una cadena sujeta a unos anillos de hierro anclados en la pared, vestimenta típica de un disfraz de carnaval, un traje de payaso a rayas y en la cabeza un gorro de arlequín con lo que queda de unos vistosos colores y adornado con unos cascabeles. Al parecer no murió enseguida, pues en el suelo, arañado con sus propias uñas hay escrito algo, acerco una luz portátil y leo:
“Qui giace Fortunato, vittima di un amontillado”
“Aquí yace Fortunato victima de un amontillado”
FIN
En honor al gran maestro de los cuentos de terror:
D. Edgar Allan Poe
Por: Tomás Castellanos Díaz