El Misterio del Señor Cooper
17 de diciembre de 2.016
Edgard J. Cooper era un hombre harto problemático, un jubilado de la empresa de electricidad local, contaba sobre los setenta años. Había enviudado hacía poco, no tenía hijos y en su comunidad a nadie le importaba este señor, con su carácter se había granjeado ese desprecio. No estaba bien visto, era huraño, desagradable y bastante díscolo. Desde que Mildred, su mujer, murió, empeoró su comportamiento. La única a la que toleraba era a Natalia, una joven vecina que también vivía sola y a veces se pasaba por su casa a hacerle alguna hacienda.
Vivía en un bloque de pisos antiguo, de hecho la última reparación que se hizo pudo ser veinte años atrás. Constaba de cuatro pisos de altura y dos vecinos por planta. El señor Cooper residía en el último piso y todos estaban ocupados menos el que había frente a su casa. Como ya supondréis, en el bloque no había ascensor, por lo que el señor Cooper se prodigaba muy poco por el vecindario, subir y bajar esas escaleras se le hacía cada vez complicado, incluso había vecinos del barrio que pensaban que había muerto.
Natalia era una joven de unos veinticinco años que estudiaba y trabajaba para poder mantener a duras penas un piso bastante viejo y destartalado y una academia que tampoco le daba muchos resultados. En una ocasión le ayudó a subir unas bolsas de la compra y eso le hizo ganarse un poco su condescendencia. Ella se ofreció a hacerle algunas de las tareas propias del hogar, lavarle la ropa, planchar, irle a la compra, etc. pero el se limitó a decirle:
- No necesito la compasión de nadie.
- Señor Cooper, no es compasión, es simplemente cortesía vecinal, además le cobraría. – Tras lo que esbozó una sonrisa -
Este se limitó a mirarla y a cerrar la puerta tras de sí. La rubia veinteañera se encogió de hombros y tomó escaleras abajo, hacia su casa. Cuando llegó al rellano de su piso se encontró, como siempre, a doña Engracia, otra vecina del edificio. Era la vecina más antigua y siempre recibía a todos los visitantes tras su puerta entreabierta.
- Buenos días doña Engracia, ¿fisgoneando un poquito? – Comentario que provocó que cerrara la puerta sin responder a Natalia.
Sobre la media mañana alguien llamó a la puerta de la muchacha, era Candela la vecina del primero izquierda era quien tenía justo debajo de ella, una mujer de mediana edad, casada con Román, un hombre que se ganaba la vida siendo repartidor de prensa, se la repartía a todos los puntos de venta, por lo que madrugaba mucho y cuando llegaba a casa se limitaba a pasar el resto del día durmiendo.
- Hola Natalia, ¿tienes algo de arroz? He puesto paella pero no me di cuenta que no tenía, ¡dónde tendré la cabeza!
- Pasa, miraré, aunque no se lo que tendré. – Mirando en unos muebles de la cocina encontró un paquete a medio consumir. – ¿Te apañas con esto? No tengo más.
- Si. algo podré hacer. ¿Te has enterado de lo de Emily y John?
- ¿Quién, los del tercero derecha?
- Si esos. Al parecer se van a separar, ella lo ha pillado con otra.
- ¡Esta vida es un asco!
- Y que lo digas, sobre todo para los pobres. Menos mal que yo tengo a mi marido bien atado. Es como la nueva vecinita que vive frente a mí, creo que es prostituta y ¿el nombre?, Dulce Sol ¿Quién se llama así?
- Vamos Candela, tu siempre tan mordaz.
- Ya, ya. Y que me dices del señor Cooper, un hombre extraño. ¿Verdad?
- ¡Que va! Es un pobre anciano que desde que su mujer murió se encuentra solo.
- Pues yo digo que en su casa pasan cosas. Esos ruidos y golpes a altas horas de la noche no son normales y proceden de su casa. He estado hablando con la vecina del tercero, Irene, la que vive debajo de él y dice lo mismo, oye cánticos y voces.
- Tonterías yo tan solo lo veo un poco cascarrabias, pero eso es la edad.
Ambas mujeres se despidieron. El tiempo pasaba y Natalia había conseguido ser la única vecina que tenía alguna relación con el señor Cooper. Una tarde, mientras le planchaba la ropa, cosa que hacía en el salón del anciano, se percató de un fuerte olor. Junto a ella se encontraba el longevo vecino que se quedó dormido en su butacón. Tras unos segundos empezó a hablar solo, era como si mantuviera una conversación. Cuando hubo terminado de planchar tomó la ropa y se dispuso a colgarla en el armario de la habitación. Parecía que en la cama había alguien, tumbado y con la sabana cubriéndolo hasta la cabeza. Natalia dejó la ropa a los pies de la cama y se dirigió el lateral de ésta, ¿qué podría haber allí? Cogió la sábana por una esquina para descubrir lo que allí se escondía cuando una voz la sobresaltó;
- ¿Qué estás haciendo?, deja eso en paz y márchate.
- Lo siento señor Cooper, no pretendía…
- Márchate ahora mismo y no vuelvas.
Natalia salió del piso tan deprisa como sus pies le dieron, empezó a pensar que allí no había nada bueno, los golpes, los ruidos por la noche, todo indicaba que el señor Cooper ocultaba algo siniestro.
En lugar de irse a su casa, bajó hasta al primer piso a casa de Candela, que parecía ser la única que se había percatado de que el anciano escondía algo. Durante un rato le estuvo contando lo sucedido.
- Ya te lo dije, el abuelo tiene algo raro. Algo pasa en su casa por las noches. ¿Por qué no subimos un día a ver qué ocurre? ¿Tú tienes llaves de su casa, no?
- Si, ¿pero como vamos a entrar en casa de un vecino?, ¿y si nos pillan?, creo que será mejor esperar a ver que pasa.
Pasó bastante tiempo sin que nadie volviera a ver al señor Cooper, en el bloque se rumoreaba que algo malo le había pasado, aunque por las noches se seguían escuchando voces y ruidos, lo que a los vecinos les hacía pensar que organizaba algún tipo de reunión. El único que subía al piso de vez en cuando era el repartidor de la tienda del barrio y hacía varios días que ni él aparecía por allí. Emily, la vecina del tercero se quejaba de que había un olor nauseabundo en su rellano y que procedía de casa del señor Cooper. Tras todos esos sucesos no tuvieron más remedio que concertar una reunión de vecinos para ver la decisión a tomar al respecto.
Decidieron ir a casa del anciano para que les diera una explicación. Tomaron como portavoz a Natalia, ya que era la única que había tenido alguna relación con el viejo. A ella no le gustaba pero entendía que había que hacerlo.
Subieron todos al cuarto piso, llamaron insistentemente a la puerta pero nadie respondió. Volvieron a llamar una y otra vez, pero siguieron sin obtener respuesta.
- Deberíamos llamar a la policía, esto no es normal. – Dijo la joven del primero - Yo me tengo que marchar, ya me contareis.
- ¿Policía? ¿Para qué? Esto es cosa de la comunidad. – replicó Román, el marido de Candela. Su mujer pregunta a Natalia…
- ¿Sigues teniendo sus llaves?
- Si, creo que si. ¿Pero no estaréis pensando en entrar?
- ¿Es que no hueles? Este olor que sale de dentro no es normal. Va a infectar a todo el bloque.
Natalia no estaba muy convencida, pero la presión de los vecinos era grande, por lo que decidió ir a su casa a buscar las llaves. Subió con ellas. Al abrir la puerta un insoportable hedor echó para atrás a todos. Entraron Natalia, Candela y su marido, este último a regañadientes, pero entró. A simple vista todo estaba tranquilo y ordenado, el insoportable olor parecía provenir de la habitación del anciano. Con cautela extrema abrieron la puerta y encendieron la luz, ante ellos una imagen que faltarían palabras para describirla, el horror estaba materializado en aquella habitación, concretamente en aquella cama, sobre ella yacían dos cuerpos, el del señor Cooper, ligeramente descompuesto y el de lo que parecía una mujer o al menos ataviado con ropas que así lo delataban, ambos sumidos en una amalgama de líquidos, presumiblemente corporales, ella en un estado muy adelantado de putrefacción. Allí estaban ambos cadáveres tumbados uno junto al otro cogidos de la mano.
Los tres salieron de la casa envueltos en gritos y arcadas, Natalia no pudo aguantar más y vomitó en un rincón del rellano. Los demás insistían en que les explicasen lo que había pasado en el interior pero ninguno podía articular palabra. Emily decidió entrar, tras un grito, que heló la sangre de los que estaban fuera, salió escaleras abajo y se encerró en su casa.
La policía no tardó en llegar, tras ser avisada por Natalia. El portal era un desfile de policías, médicos y algún que otro periodista. Al parecer el señor Cooper no enterró a su mujer, si no que decidió dejarla postrada en la cama, un trastorno en su cabeza la creía ver viva y necesitada de sus cuidados. Él se debió sentir mal en algún momento y decidió echarse junto a ella para simplemente dejarse morir.
- ¿Cuánto tiempo llevan muertos? – preguntó Candela -
- Según el forense él, algo más de una semana, ella meses.
- No puede ser, nosotros hemos estado oyendo ruidos y voces durante toda esta semana pasada, es más, ayer comentábamos que ya era demasiado, anteanoche parecía como si hubiese una reunión o una fiesta.
- Sería en el piso de enfrente señora.
- El otro piso lleva vacío varios años inspector.
- ¡Está bien! Aquí tienen mi tarjeta si necesitan algo no duden en llamarme – diciendo esto le dio a Natalia su tarjeta -
Todos se habían marchado. Los servicios funerarios se llevaron los cadáveres de los ancianos. En el portal del edificio quedaron solo los vecinos, que se hacían un sin fin de preguntas. De pronto un gran golpe como de una puerta cerrándose hizo que todos los presentes miraran hacia arriba a la vez que se sobrecogían.
- ¿Quién se ha dejado la puerta abierta? – preguntó Román –
- Nadie. Creo que el portazo venía del cuarto piso - dijo Natalia –
- No puede ser en el cuarto ya no vive nadie y los forenses han cerrado la puerta- replicó Emily –
Comenzaron a subir las escaleras entre murmullos, cada vecino se iba quedando en su piso respectivo, hasta que todos estuvieron metidos en sus casas.
La noche se ciñó oscura sobre la comunidad de vecinos, y ya fuera por la sugestión o por una realidad ajena a este mundo a todos les parecía oír voces en casa del señor Cooper. Ese fue el comentario de la mañana siguiente en toda la comunidad.
Una de las veces que Natalia salía de su casa, doña Engracia, como siempre, desde el interior de su “santa sanctórum”, le dijo:
- Señorita venga aquí.
- ¡Vaya! Si sabe hablar. – Le decía mientras se dirigía hacia la puerta de la esquiva vecina. – ¡Dígame!
Extendiendo la mano desde el interior de su casa le dio unas llaves mientras en voz muy baja le decía:
- Esto me lo dio anoche para usted el señor Cooper. – Y sin esperar pregunta ni respuesta, cerró la puerta.-
- ¿Pero que dice vieja chiflada? ¿Es que no se enteró ayer que lo encontraron muerto en su casa con su mujer? – abrió la mano y en efecto parecían las llaves de la casa del anciano, si así fuera ¿cómo se las pudo dar el en persona si estaba muerto? -
Decidió comprobarlo para salir de dudas. Subía tímidamente las escaleras como si una fuerza le impidiera avanzar, pero estaba decidida. Frente a la puerta se dispuso a introducir la llave, ésta entraba perfectamente, ahora la prueba de fuego, ¿giraría? En efecto la llave era de esa cerradura. Sin llegar a entrar volvió a echar la llave y bajó hasta el portal. En ese instante bajaba la vecinita del primero, Dulce Sol, que fue la única que no se enteró de lo ocurrido.
- Hola vecina, buenos días.
- ¿Buenos días? Son la tres y media de la tarde.
- Si, pero la noche ha sido larga en la fiesta. Pero no soy la única que ha trasnochado. Cuando yo llegaba me crucé con el vecino ese del cuarto, el señor… no se qué.
- ¿Te refieres al señor Cooper?
- Si, creo que se llama así, todavía no conozco a todos los vecinos ¿no fue a ese al que fuimos a expiar?
- ¿Estás segura?
- Totalmente, lo vi una sola vez pero esa cara no se olvida, me pregunto ¿dónde iría a esas horas? ¡Bueno! No es asunto mío.
Como una estatua de frío mármol se quedó Natalia al oír decir aquello. Pero ¿no podía ser? Seguro que era alguien que se le parecía bastante, un familiar tal vez. No sabía que explicación darse a si misma para convencerse. Aún llevaba las llaves en la mano, decidió deshacerse de ellas todo parecía una broma macabra. Junto al portal había un contenedor de basura, ese fue el final del recorrido de esas llaves. Natalia iba acumulando susto tras susto, subió a su casa y se encerró. Allí pasó todo el día temiendo que llegara la noche, pero ésta llegó. Tumbada en el sofá con la tele encendida se quedó dormida.
El sol del día siguiente entrando por una de las ventanas incidió directamente en los ojos de Natalia lo que hizo que despertara. Era sábado y no trabajaba por lo que se puso a hacer limpieza general a la vez le serviría de distracción.
A media mañana llamaron a la puerta, no esperaba a nadie supuso que sería alguna vecina. Efectivamente era doña Engracia que sin mediar palabra le extendió la mano para darle algo como ya hiciera anteriormente. Natalia era reacia a tomar nada de la anciana, pero la insistencia y la mirada incisiva le hizo cogerlo. Eran de nuevo las llaves, las mismas llaves con el mismo llavero, un pequeño colmillo azul. La anciana dio media vuelta y se dirigió hacia su casa, al llegar a su puerta se volvió hacia Natalia y le dijo:
- Anoche el señor Cooper me las dio, otra vez, para usted.- la anciana se metió en su casa.-
No daba crédito. No podían ser las mismas llaves, el llavero era igual, pero… el día antes las tiró a la basura. Nuevamente hizo la prueba de ver si eran de la casa del señor Cooper y esa prueba fue positiva de nuevo, volvía a tener en su poder las llaves del anciano. ¿Qué significaba aquello? Y ¿Por qué a ella? Esta vez al igual que la anterior se propuso tirarlas en otro sitio, pero antes las marcaría, por si acaso.
No muy lejos de su casa había una estación de metro, montó en él y se dirigió sin rumbo concreto a encontrar el mejor destino para las dentadas herramientas. Cuando creyó estar lo bastante lejos se bajó del tren y salió a la calle, anduvo otro largo trecho hasta llegar a la altura de una obra. Vio una hormigonera echando hormigón para los cimientos de un bloque de pisos, se acercó hasta ella, junto a la maquina estaba el operador que la manejaba y para no despertar sospechas entabló una conversación intrascendente:
- ¿Trabajando en sábado?
- Ya ve señorita, dice el capataz que la obra va retrasada y nos hacen venir los sábados.
Mientras conversaban, en uno de los descuidos, Natalia echó las llaves dentro de la mezcla de hormigón. Ahí quedarán por los restos – pensó -. Cuando se aseguró que las llaves estaban bien tapadas por la mezcla se despidió del obrero.
Entre paseos y pensamientos se le echó la noche encima por lo que decidió volver a casa. En el trayecto de vuelta no dejó de pensar en las dichosas llaves, estaba convencida que era una broma, pero ¿de quién? Y orquestada para qué.
Cenó algo rápido y se metió pronto en la cama, estaba bastante cansada. Sobre las cinco de la mañana llamaron a su puerta. Se despertó pero como no insistieron supuso que había sido un sueño y siguió durmiendo.
A la mañana siguiente alguien llamaba persistentemente al timbre, Natalia salió de la cama con cierta pereza y abrió, era Irene que al bajar a la calle había visto un paquete en la puerta de su piso y la estaba llamando para avisarla.
- ¿Quién es? – decía mientras abría la puerta. - ¡Ah! Irene, eres tú.
- Si. alguien ha dejado esto en tu puerta. - Dijo dándole el paquete -
- ¡Gracias!
Tomó el paquete, que era algo más pequeño que una caja de zapatos y se lo pasó dentro. Lo dejó sobre la mesa del comedor y empezó a hacerse el desayuno. Estaba tomándose el café cuando abrió la caja. De un blinco saltó de la silla derramando el liquido, no podía ser, dentro de la caja estaban las llaves, aún con restos de hormigón. Se acercó a la mesa, las cogió y comprobó que era las mismas, también tenian la marca que ella les hizo. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Quién jugaba con ella? Ahora estaba segura, no fue un sueño alguien llamó en mitad de la noche para decirle que allí las tenía. Se pasó todo el día pensando, cavilando. ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Y por qué a ella? Bien entrada la tarde llegó a una conclusión las llaves eran para que entrara a la casa, pero ¿para qué? Seguramente dentro tendría la respuesta.
Pensaba en ir al piso una y otra vez pero algo la retenía. Era ya noche cerrada. De pronto algo incitó a Natalia a dirigirse a casa del señor Cooper. Salió de su casa y subió las escaleras sin hacer apenas ruido, se situó de nuevo frente a la puerta, introdujo la llave muy despacio y la giró hasta abrir la puerta, retiró las llaves y se las guardó en un bolsillo.
Ahora venía lo difícil, pasar al interior. Una vez dentro encendió la luz, había una sola bombilla y apenas tenía potencia para arrojar una tímida sombra sobre los viejos muebles, la puerta se cerró tras ella. Natalia miraba hacia todos los rincones a ver si algo le daba una señal, sin saberlo un magnetismo la estaba llevado a la habitación del matrimonio. Todo estaba conforme los sanitarios, forense y policías lo habían dejado.
Natalia seguía buscando una pista, pero era inútil, nada le decía nada, por más que escudriñaba los rincones. De pronto, sin saber de donde, una voz ronca venida sin duda del más allá, dijo:
- ¡Natalia! Soy el señor Cooper tienes que hacerme un favor, solo así dejaré de molestarte. En las llaves que tienes, hay una que es del armario que tienes frente a ti. – Paralizada por el miedo, sacó fuerzas de donde pudo, se dirigió a él y lo abrió – Ahora abre el cajón de abajo con la otra llave. – Le temblaban tanto las manos que tuvo que ayudarse con las dos para poder introducir la llave. Al abrir vio algo que nunca podría haber imaginado, el cajón estaba lleno de dinero, mucho dinero. – ¿Ves todo ese dinero? Es para ti.
- ¿Cómo que es para mí? ¿De quién es este dinero?
- Tuyo, Natalia. Pero con una condición. A partir de hoy y hasta el fin de tus días, todos los años el día doce de marzo mandarás hacer una misa para conmemorar el recuerdo de mi mujer, solo así, podremos descansar en paz. Coge también los papeles que hay y lo comprenderás.
Esa fue la última vez que el señor Cooper se manifestaría. Han pasado ya más de treinta años y Natalia ha sido fiel a la última voluntad del difunto, hasta el día de hoy.
En pago a esa tarea recibió, según se dice, más de cien millones de dólares que al anciano le habían tocado en la lotería, y había ido sacando del banco poco a poco, así lo descubrió Natalia al revisar los papeles que iban entre el dinero. Ella nunca lo ha contado pero una amiga suya, una tal Candela así lo relata.
FIN
Vivía en un bloque de pisos antiguo, de hecho la última reparación que se hizo pudo ser veinte años atrás. Constaba de cuatro pisos de altura y dos vecinos por planta. El señor Cooper residía en el último piso y todos estaban ocupados menos el que había frente a su casa. Como ya supondréis, en el bloque no había ascensor, por lo que el señor Cooper se prodigaba muy poco por el vecindario, subir y bajar esas escaleras se le hacía cada vez complicado, incluso había vecinos del barrio que pensaban que había muerto.
Natalia era una joven de unos veinticinco años que estudiaba y trabajaba para poder mantener a duras penas un piso bastante viejo y destartalado y una academia que tampoco le daba muchos resultados. En una ocasión le ayudó a subir unas bolsas de la compra y eso le hizo ganarse un poco su condescendencia. Ella se ofreció a hacerle algunas de las tareas propias del hogar, lavarle la ropa, planchar, irle a la compra, etc. pero el se limitó a decirle:
- No necesito la compasión de nadie.
- Señor Cooper, no es compasión, es simplemente cortesía vecinal, además le cobraría. – Tras lo que esbozó una sonrisa -
Este se limitó a mirarla y a cerrar la puerta tras de sí. La rubia veinteañera se encogió de hombros y tomó escaleras abajo, hacia su casa. Cuando llegó al rellano de su piso se encontró, como siempre, a doña Engracia, otra vecina del edificio. Era la vecina más antigua y siempre recibía a todos los visitantes tras su puerta entreabierta.
- Buenos días doña Engracia, ¿fisgoneando un poquito? – Comentario que provocó que cerrara la puerta sin responder a Natalia.
Sobre la media mañana alguien llamó a la puerta de la muchacha, era Candela la vecina del primero izquierda era quien tenía justo debajo de ella, una mujer de mediana edad, casada con Román, un hombre que se ganaba la vida siendo repartidor de prensa, se la repartía a todos los puntos de venta, por lo que madrugaba mucho y cuando llegaba a casa se limitaba a pasar el resto del día durmiendo.
- Hola Natalia, ¿tienes algo de arroz? He puesto paella pero no me di cuenta que no tenía, ¡dónde tendré la cabeza!
- Pasa, miraré, aunque no se lo que tendré. – Mirando en unos muebles de la cocina encontró un paquete a medio consumir. – ¿Te apañas con esto? No tengo más.
- Si. algo podré hacer. ¿Te has enterado de lo de Emily y John?
- ¿Quién, los del tercero derecha?
- Si esos. Al parecer se van a separar, ella lo ha pillado con otra.
- ¡Esta vida es un asco!
- Y que lo digas, sobre todo para los pobres. Menos mal que yo tengo a mi marido bien atado. Es como la nueva vecinita que vive frente a mí, creo que es prostituta y ¿el nombre?, Dulce Sol ¿Quién se llama así?
- Vamos Candela, tu siempre tan mordaz.
- Ya, ya. Y que me dices del señor Cooper, un hombre extraño. ¿Verdad?
- ¡Que va! Es un pobre anciano que desde que su mujer murió se encuentra solo.
- Pues yo digo que en su casa pasan cosas. Esos ruidos y golpes a altas horas de la noche no son normales y proceden de su casa. He estado hablando con la vecina del tercero, Irene, la que vive debajo de él y dice lo mismo, oye cánticos y voces.
- Tonterías yo tan solo lo veo un poco cascarrabias, pero eso es la edad.
Ambas mujeres se despidieron. El tiempo pasaba y Natalia había conseguido ser la única vecina que tenía alguna relación con el señor Cooper. Una tarde, mientras le planchaba la ropa, cosa que hacía en el salón del anciano, se percató de un fuerte olor. Junto a ella se encontraba el longevo vecino que se quedó dormido en su butacón. Tras unos segundos empezó a hablar solo, era como si mantuviera una conversación. Cuando hubo terminado de planchar tomó la ropa y se dispuso a colgarla en el armario de la habitación. Parecía que en la cama había alguien, tumbado y con la sabana cubriéndolo hasta la cabeza. Natalia dejó la ropa a los pies de la cama y se dirigió el lateral de ésta, ¿qué podría haber allí? Cogió la sábana por una esquina para descubrir lo que allí se escondía cuando una voz la sobresaltó;
- ¿Qué estás haciendo?, deja eso en paz y márchate.
- Lo siento señor Cooper, no pretendía…
- Márchate ahora mismo y no vuelvas.
Natalia salió del piso tan deprisa como sus pies le dieron, empezó a pensar que allí no había nada bueno, los golpes, los ruidos por la noche, todo indicaba que el señor Cooper ocultaba algo siniestro.
En lugar de irse a su casa, bajó hasta al primer piso a casa de Candela, que parecía ser la única que se había percatado de que el anciano escondía algo. Durante un rato le estuvo contando lo sucedido.
- Ya te lo dije, el abuelo tiene algo raro. Algo pasa en su casa por las noches. ¿Por qué no subimos un día a ver qué ocurre? ¿Tú tienes llaves de su casa, no?
- Si, ¿pero como vamos a entrar en casa de un vecino?, ¿y si nos pillan?, creo que será mejor esperar a ver que pasa.
Pasó bastante tiempo sin que nadie volviera a ver al señor Cooper, en el bloque se rumoreaba que algo malo le había pasado, aunque por las noches se seguían escuchando voces y ruidos, lo que a los vecinos les hacía pensar que organizaba algún tipo de reunión. El único que subía al piso de vez en cuando era el repartidor de la tienda del barrio y hacía varios días que ni él aparecía por allí. Emily, la vecina del tercero se quejaba de que había un olor nauseabundo en su rellano y que procedía de casa del señor Cooper. Tras todos esos sucesos no tuvieron más remedio que concertar una reunión de vecinos para ver la decisión a tomar al respecto.
Decidieron ir a casa del anciano para que les diera una explicación. Tomaron como portavoz a Natalia, ya que era la única que había tenido alguna relación con el viejo. A ella no le gustaba pero entendía que había que hacerlo.
Subieron todos al cuarto piso, llamaron insistentemente a la puerta pero nadie respondió. Volvieron a llamar una y otra vez, pero siguieron sin obtener respuesta.
- Deberíamos llamar a la policía, esto no es normal. – Dijo la joven del primero - Yo me tengo que marchar, ya me contareis.
- ¿Policía? ¿Para qué? Esto es cosa de la comunidad. – replicó Román, el marido de Candela. Su mujer pregunta a Natalia…
- ¿Sigues teniendo sus llaves?
- Si, creo que si. ¿Pero no estaréis pensando en entrar?
- ¿Es que no hueles? Este olor que sale de dentro no es normal. Va a infectar a todo el bloque.
Natalia no estaba muy convencida, pero la presión de los vecinos era grande, por lo que decidió ir a su casa a buscar las llaves. Subió con ellas. Al abrir la puerta un insoportable hedor echó para atrás a todos. Entraron Natalia, Candela y su marido, este último a regañadientes, pero entró. A simple vista todo estaba tranquilo y ordenado, el insoportable olor parecía provenir de la habitación del anciano. Con cautela extrema abrieron la puerta y encendieron la luz, ante ellos una imagen que faltarían palabras para describirla, el horror estaba materializado en aquella habitación, concretamente en aquella cama, sobre ella yacían dos cuerpos, el del señor Cooper, ligeramente descompuesto y el de lo que parecía una mujer o al menos ataviado con ropas que así lo delataban, ambos sumidos en una amalgama de líquidos, presumiblemente corporales, ella en un estado muy adelantado de putrefacción. Allí estaban ambos cadáveres tumbados uno junto al otro cogidos de la mano.
Los tres salieron de la casa envueltos en gritos y arcadas, Natalia no pudo aguantar más y vomitó en un rincón del rellano. Los demás insistían en que les explicasen lo que había pasado en el interior pero ninguno podía articular palabra. Emily decidió entrar, tras un grito, que heló la sangre de los que estaban fuera, salió escaleras abajo y se encerró en su casa.
La policía no tardó en llegar, tras ser avisada por Natalia. El portal era un desfile de policías, médicos y algún que otro periodista. Al parecer el señor Cooper no enterró a su mujer, si no que decidió dejarla postrada en la cama, un trastorno en su cabeza la creía ver viva y necesitada de sus cuidados. Él se debió sentir mal en algún momento y decidió echarse junto a ella para simplemente dejarse morir.
- ¿Cuánto tiempo llevan muertos? – preguntó Candela -
- Según el forense él, algo más de una semana, ella meses.
- No puede ser, nosotros hemos estado oyendo ruidos y voces durante toda esta semana pasada, es más, ayer comentábamos que ya era demasiado, anteanoche parecía como si hubiese una reunión o una fiesta.
- Sería en el piso de enfrente señora.
- El otro piso lleva vacío varios años inspector.
- ¡Está bien! Aquí tienen mi tarjeta si necesitan algo no duden en llamarme – diciendo esto le dio a Natalia su tarjeta -
Todos se habían marchado. Los servicios funerarios se llevaron los cadáveres de los ancianos. En el portal del edificio quedaron solo los vecinos, que se hacían un sin fin de preguntas. De pronto un gran golpe como de una puerta cerrándose hizo que todos los presentes miraran hacia arriba a la vez que se sobrecogían.
- ¿Quién se ha dejado la puerta abierta? – preguntó Román –
- Nadie. Creo que el portazo venía del cuarto piso - dijo Natalia –
- No puede ser en el cuarto ya no vive nadie y los forenses han cerrado la puerta- replicó Emily –
Comenzaron a subir las escaleras entre murmullos, cada vecino se iba quedando en su piso respectivo, hasta que todos estuvieron metidos en sus casas.
La noche se ciñó oscura sobre la comunidad de vecinos, y ya fuera por la sugestión o por una realidad ajena a este mundo a todos les parecía oír voces en casa del señor Cooper. Ese fue el comentario de la mañana siguiente en toda la comunidad.
Una de las veces que Natalia salía de su casa, doña Engracia, como siempre, desde el interior de su “santa sanctórum”, le dijo:
- Señorita venga aquí.
- ¡Vaya! Si sabe hablar. – Le decía mientras se dirigía hacia la puerta de la esquiva vecina. – ¡Dígame!
Extendiendo la mano desde el interior de su casa le dio unas llaves mientras en voz muy baja le decía:
- Esto me lo dio anoche para usted el señor Cooper. – Y sin esperar pregunta ni respuesta, cerró la puerta.-
- ¿Pero que dice vieja chiflada? ¿Es que no se enteró ayer que lo encontraron muerto en su casa con su mujer? – abrió la mano y en efecto parecían las llaves de la casa del anciano, si así fuera ¿cómo se las pudo dar el en persona si estaba muerto? -
Decidió comprobarlo para salir de dudas. Subía tímidamente las escaleras como si una fuerza le impidiera avanzar, pero estaba decidida. Frente a la puerta se dispuso a introducir la llave, ésta entraba perfectamente, ahora la prueba de fuego, ¿giraría? En efecto la llave era de esa cerradura. Sin llegar a entrar volvió a echar la llave y bajó hasta el portal. En ese instante bajaba la vecinita del primero, Dulce Sol, que fue la única que no se enteró de lo ocurrido.
- Hola vecina, buenos días.
- ¿Buenos días? Son la tres y media de la tarde.
- Si, pero la noche ha sido larga en la fiesta. Pero no soy la única que ha trasnochado. Cuando yo llegaba me crucé con el vecino ese del cuarto, el señor… no se qué.
- ¿Te refieres al señor Cooper?
- Si, creo que se llama así, todavía no conozco a todos los vecinos ¿no fue a ese al que fuimos a expiar?
- ¿Estás segura?
- Totalmente, lo vi una sola vez pero esa cara no se olvida, me pregunto ¿dónde iría a esas horas? ¡Bueno! No es asunto mío.
Como una estatua de frío mármol se quedó Natalia al oír decir aquello. Pero ¿no podía ser? Seguro que era alguien que se le parecía bastante, un familiar tal vez. No sabía que explicación darse a si misma para convencerse. Aún llevaba las llaves en la mano, decidió deshacerse de ellas todo parecía una broma macabra. Junto al portal había un contenedor de basura, ese fue el final del recorrido de esas llaves. Natalia iba acumulando susto tras susto, subió a su casa y se encerró. Allí pasó todo el día temiendo que llegara la noche, pero ésta llegó. Tumbada en el sofá con la tele encendida se quedó dormida.
El sol del día siguiente entrando por una de las ventanas incidió directamente en los ojos de Natalia lo que hizo que despertara. Era sábado y no trabajaba por lo que se puso a hacer limpieza general a la vez le serviría de distracción.
A media mañana llamaron a la puerta, no esperaba a nadie supuso que sería alguna vecina. Efectivamente era doña Engracia que sin mediar palabra le extendió la mano para darle algo como ya hiciera anteriormente. Natalia era reacia a tomar nada de la anciana, pero la insistencia y la mirada incisiva le hizo cogerlo. Eran de nuevo las llaves, las mismas llaves con el mismo llavero, un pequeño colmillo azul. La anciana dio media vuelta y se dirigió hacia su casa, al llegar a su puerta se volvió hacia Natalia y le dijo:
- Anoche el señor Cooper me las dio, otra vez, para usted.- la anciana se metió en su casa.-
No daba crédito. No podían ser las mismas llaves, el llavero era igual, pero… el día antes las tiró a la basura. Nuevamente hizo la prueba de ver si eran de la casa del señor Cooper y esa prueba fue positiva de nuevo, volvía a tener en su poder las llaves del anciano. ¿Qué significaba aquello? Y ¿Por qué a ella? Esta vez al igual que la anterior se propuso tirarlas en otro sitio, pero antes las marcaría, por si acaso.
No muy lejos de su casa había una estación de metro, montó en él y se dirigió sin rumbo concreto a encontrar el mejor destino para las dentadas herramientas. Cuando creyó estar lo bastante lejos se bajó del tren y salió a la calle, anduvo otro largo trecho hasta llegar a la altura de una obra. Vio una hormigonera echando hormigón para los cimientos de un bloque de pisos, se acercó hasta ella, junto a la maquina estaba el operador que la manejaba y para no despertar sospechas entabló una conversación intrascendente:
- ¿Trabajando en sábado?
- Ya ve señorita, dice el capataz que la obra va retrasada y nos hacen venir los sábados.
Mientras conversaban, en uno de los descuidos, Natalia echó las llaves dentro de la mezcla de hormigón. Ahí quedarán por los restos – pensó -. Cuando se aseguró que las llaves estaban bien tapadas por la mezcla se despidió del obrero.
Entre paseos y pensamientos se le echó la noche encima por lo que decidió volver a casa. En el trayecto de vuelta no dejó de pensar en las dichosas llaves, estaba convencida que era una broma, pero ¿de quién? Y orquestada para qué.
Cenó algo rápido y se metió pronto en la cama, estaba bastante cansada. Sobre las cinco de la mañana llamaron a su puerta. Se despertó pero como no insistieron supuso que había sido un sueño y siguió durmiendo.
A la mañana siguiente alguien llamaba persistentemente al timbre, Natalia salió de la cama con cierta pereza y abrió, era Irene que al bajar a la calle había visto un paquete en la puerta de su piso y la estaba llamando para avisarla.
- ¿Quién es? – decía mientras abría la puerta. - ¡Ah! Irene, eres tú.
- Si. alguien ha dejado esto en tu puerta. - Dijo dándole el paquete -
- ¡Gracias!
Tomó el paquete, que era algo más pequeño que una caja de zapatos y se lo pasó dentro. Lo dejó sobre la mesa del comedor y empezó a hacerse el desayuno. Estaba tomándose el café cuando abrió la caja. De un blinco saltó de la silla derramando el liquido, no podía ser, dentro de la caja estaban las llaves, aún con restos de hormigón. Se acercó a la mesa, las cogió y comprobó que era las mismas, también tenian la marca que ella les hizo. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Quién jugaba con ella? Ahora estaba segura, no fue un sueño alguien llamó en mitad de la noche para decirle que allí las tenía. Se pasó todo el día pensando, cavilando. ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Y por qué a ella? Bien entrada la tarde llegó a una conclusión las llaves eran para que entrara a la casa, pero ¿para qué? Seguramente dentro tendría la respuesta.
Pensaba en ir al piso una y otra vez pero algo la retenía. Era ya noche cerrada. De pronto algo incitó a Natalia a dirigirse a casa del señor Cooper. Salió de su casa y subió las escaleras sin hacer apenas ruido, se situó de nuevo frente a la puerta, introdujo la llave muy despacio y la giró hasta abrir la puerta, retiró las llaves y se las guardó en un bolsillo.
Ahora venía lo difícil, pasar al interior. Una vez dentro encendió la luz, había una sola bombilla y apenas tenía potencia para arrojar una tímida sombra sobre los viejos muebles, la puerta se cerró tras ella. Natalia miraba hacia todos los rincones a ver si algo le daba una señal, sin saberlo un magnetismo la estaba llevado a la habitación del matrimonio. Todo estaba conforme los sanitarios, forense y policías lo habían dejado.
Natalia seguía buscando una pista, pero era inútil, nada le decía nada, por más que escudriñaba los rincones. De pronto, sin saber de donde, una voz ronca venida sin duda del más allá, dijo:
- ¡Natalia! Soy el señor Cooper tienes que hacerme un favor, solo así dejaré de molestarte. En las llaves que tienes, hay una que es del armario que tienes frente a ti. – Paralizada por el miedo, sacó fuerzas de donde pudo, se dirigió a él y lo abrió – Ahora abre el cajón de abajo con la otra llave. – Le temblaban tanto las manos que tuvo que ayudarse con las dos para poder introducir la llave. Al abrir vio algo que nunca podría haber imaginado, el cajón estaba lleno de dinero, mucho dinero. – ¿Ves todo ese dinero? Es para ti.
- ¿Cómo que es para mí? ¿De quién es este dinero?
- Tuyo, Natalia. Pero con una condición. A partir de hoy y hasta el fin de tus días, todos los años el día doce de marzo mandarás hacer una misa para conmemorar el recuerdo de mi mujer, solo así, podremos descansar en paz. Coge también los papeles que hay y lo comprenderás.
Esa fue la última vez que el señor Cooper se manifestaría. Han pasado ya más de treinta años y Natalia ha sido fiel a la última voluntad del difunto, hasta el día de hoy.
En pago a esa tarea recibió, según se dice, más de cien millones de dólares que al anciano le habían tocado en la lotería, y había ido sacando del banco poco a poco, así lo descubrió Natalia al revisar los papeles que iban entre el dinero. Ella nunca lo ha contado pero una amiga suya, una tal Candela así lo relata.
FIN
Por: Tomás Castellanos Díaz